diciembre 07, 2015

AURORA, LUZ, FUEGO


Esta es, una meta egocéntrica. Escribo con la sensación de ser imprescindible; con ese ilusorio frío que recorre nuestra piel cuando no somos amados. Heme aquí en un punto surrealista, enfrentando lo que no estoy esperando, privado de luz y de aire —suponiendo que afuera hay luz y aire —ejerciendo mi limitado albedrío, frotando maderos, chocando piedras, reinventando la pólvora, buscando fuego para quemar la nostalgia del idilio que se acaba.

Una vez más escribo, quiero ser mi propio médico. Tal vez porque no soy más que un retazo de noche, un remedo de sombra, el fantasma contemplativo de una vida que no quiero para mi, un letrador desbordado, un palabrista de imágenes difuminadas, un hilador de tristezas —cuán fértil es el dolor — y de pasiones sublimes. Pero quiero salir del autoengaño, romper esta fidelidad a la tristeza, tomar posesión de mí, verme en plenitud y deshacerme de los espectrales conceptos que desvirtúan el verdadero amor.

Y es que cuando escribo, todo el día podría ser alba. Escribo para forjarme un yo más fuerte, sincero, seguro. Escribir es mi propia aurora, la luz, el fuego. Es el amanecer que se empodera y me libera de mi cara de esclavo, mi alma que grita:  ¡vivo para mí!, una rebelión contra el sufrimiento. Escribo, me repito, hay tantas auroras que aún están por llegar.



Foto: home                                                                                                                                                          

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